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Fuente: Taringa.net |
Pero cada curso tiene también sus lecturas no-oficiales. Si uno de los objetivos del curso es desarrollar cierta emoción por la lectura, cierta necesidad, cierto placer, entonces el programa de lecturas no debe restringirse a una época histórica. La literatura es libertad: podemos leer a Cortázar mientras leemos una obra clásica griega, podemos crear un paréntesis en el Siglo de las Luces para leer, por decir algo, a Ibargüengoitia.
Durante el semestre, comparto con mis alumnos diversos textos que yo leo con un enorme placer. Cuatro o cinco textos que quizá no tengan ninguna relevancia histórica con el curso, pero que intentan cumplir ese otro objetivo: desarrollar cierta emoción, cierto placer por la lectura.
Así fue como leímos el capítulo 73 de Rayuela, el prólogo de La vida instrucciones de uso, el magnífico cuento de Calvino La aventura de un lector, el Conjuro de Felipe Garrido, el discurso que dio Vargas Llosa tras recibir el premio Nobel, entre algunos otros.
De todos los textos que he seleccionado, el que ha causado un mayor goce ha sido, sin duda, el cuento de H.G. Wells La historia del difunto señor Elvesham. No sé por qué, no sé si fue por ese despliegue fantástico de imaginación que tiene Wells, no sé, pero ese ha sido el texto más placentero que hemos leído en clase. No quisiera tratar de explicar racional o sentimentalmente por qué causó tanto placer, pues un texto, como diría Nabokov, no se lee con la cabeza, y tampoco con el corazón, sino con la espina dorsal. Y sí, justo ahí se encuentra el placer de la lectura. Leer significa sentir un escalofrío en el espinazo.
Comparto contigo esta extraña fascinación por los libros, objetos inertes que te susurran al oído.
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